martes, 19 de abril de 2011

OJÁNCANOS




El ojáncano, también llamado ojáncanu, es el personaje más conocido de la mitología cántabra. Representa la maldad, la crueldad y la brutalidad. Este monstruo es un gigante que habitaba o habita en Cantabria. Todos le tienen miedo por su gran tamaño, por su aspecto horrible, por su fuerza y por su malhumor y cantan esto cuando se le encuentran:

  Ojalá te quedes ciegu,
ojancanu malnacíu,
pa arrancarte el pelo blancu
y que mueras maldecíu.
El ojáncano es muy alto y tiene una barba rojiza. Solo tiene un ojo, lo que le hace parecerse a un cíclope, y su rostro es perfectamente redondo y amarillo. La mayoría de las leyendas cuentan que su único ojo alumbra como una candela y que está rodeado por unas arrugas con puntitos azules. Todas las narraciones coinciden en estas características, pero algunas diferencian otras. Unos dicen que era muy delgado y con los brazos gordos y que se vestía con un zamarrón pardo. Otros dicen que su único vestido no era más que su tupida barba. Existe una leyenda que dice que tenía un hoyo en la frente y que si se lanzaba una piedra a este hoyo el ojáncano moría inmediatamente. Esta misma leyenda le atribuyen dos hileras de dientes de diferentes colores. Una versión habla de diez dedos en cada mano y unos pies redondos y grandes. Los milanos se posaban en su larga nariz y vestía una túnica de corteza de árbol. Posee un bastón negro con el que puede convertirse en víbora, lobo o cuervo. Andaba descalzo y vivía en las grutas más profundas y escondidas cuevas.



Este gigante solo causaba el mal a los hombres. Robaba a las pastoras guapas, a las ovejas y imágenes de las iglesias, derribaba árboles, cegaba fuentes, destruía puentes, mataba gallinas, vacas y cualquier animal, llevaba grandes rocas a los prados donde pastaba el ganado. Para que no robara a los niños, a éstos se les protegía con unos ungüentos de agua bendita.
 
Odiaban a las anjanas y tenían miedo a los sapos voladores y a las lechuzas. Si un sapo volador tocaba a un ojáncano, éste se moría si no conseguía una hoja verde de avellano untada en sangre de raposo.
Su alimento estaba compuesto de bellotas, de las hojas de los acebos, de animales como los murciélagos y las golondrinas y tallos de las moreras. Robaba panojos de maíz y truchas y anguilas a los pescadores.
Una leyenda cuenta que cada cien años nacía un ojáncano bueno que avisaba a las personas cuando venían los ojáncanos malos. Para matar a un ojancano había que arrancarle un pelo blanco que tenía en su cabeza. Cuando un ojáncano moría salían unos gusanos gordos de su cuerpo que la ojancana amamanta con sangre de sus pechos y volvían a convertirse en ojáncanos.