miércoles, 20 de junio de 2012

LA LEYENDA DEL HOMBRE PEZ


En el pueblo cántabro de Liérganes nació el 22 de octubre de 1658 Francisco de la Vega Casar fruto del matrimonio entre Francisco de la Vega y María de Casar. Al niño le gustaba mucho pescar, su padre le enseñó desde pequeño, y tenía una gran habilidad para nadar. Solía pasar mucho tiempo en el río que pasa por Liérganes, el río Miera.

Con 15 años su madre, ya viuda, le envió a Bilbao para que aprendiera el oficio de carpintero debido al fallecimiento de su padre que obligaba a la familia a buscar nuevas fuentes de ingresos. En el año 1674 Francisco y algunos amigos suyos van a bañarse a la ría de Bilbao. Francisco nadó en dirección al mar durante un largo tiempo, pero sus amigos no se preocuparon de él hasta que pasaron varias horas ya que conocían la habilidad para nadar que poseía. Empezaron a buscarle sin éxito y  avisaron a su madre y a sus hermanos que le dieron por muerto.

Cinco años después, es decir, en 1679, unos pescadores de Cádiz vieron una figura humana en alta mar que salía a la superficie, pero que se sumergía en cuanto ellos se acercaban. El extraño ser siguió acercándose a ellos varios días y vieron que podían atraparlo utilizando trozos de pan como cebo. Un día con ayuda del pan y de unas redes consiguieron atraparlo. La criatura era como un hombre pero tenía varias filas de escamas desde la garganta hasta el estómago y tenía las uñas gastadas y corroídas. 


Se le llevó al convento de San Francisco de Cádiz y le hicieron preguntas en varios idiomas, pero no pronunció ninguna palabra. Creyeron que estaba poseído y llevaron a cabo algunos ritos de exorcización sobre él sin éxito. Un día el "Hombre Pez" dijo Liérganes. Un fraile llamado Juan Rosendo que conocía el pueblo fue el encargado de llevarle hasta allí. Cuando llegó a un monte cercano a Liérganes llamado la Dehesa le dijo al "Hombre Pez" que le guiara hasta su casa. Él le llevó hasta la casa de su madre, María de Casar. Ella y los hermanos del "Hombre Pez" le reconocieron rápidamente, pero él no mostró ninguna expresión de cariño hacia ellos y se mantuvo inmóvil.

Permaneció en casa de su madre durante nueve años. Siempre andaba descalzo y, a veces, desnudo y sólo pronunciaba las palabras vino, tabaco y pan, pero se le preguntaba si lo quería y no contestaba. No comía si no se le ponía la comida delante o veía a otros comer. Comía y bebía mucho en un día para luego no volver a hacerlo en unos días. Era muy silencioso y puntual por lo que le utilizaron para llevar recados de un pueblo a otro. No contestaba si le preguntaban, no decía nada y hacía lo que le mandaban o veía hacer a otros.



Un día de febrero de 1687 su madre oyó un extraño ruido en el jardín como si hubiera un animal herido allí. Salió corriendo de su casa y vió a Francisco correr hacia el río Miera y sumergirse en él. Nadie a vuelto a verle.

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